Instalación de ciento cincuenta y cuatro semillas de árboles nativos o endémicos chilenos tejidas a crochet en hilo de algodón; y veintiún cestos mapuche y yaganes de los siglos XIX y XX, de la colección etnográfica del MChAP.
“ahumar, tejer, grabar, remendar: materialidades en diálogo”
MAVI UC, Museo de Artes Visuales, Santiago, Chile
2022-2023
arriba: ciento cuarenta y seis reproducciones de semillas de diez árboles nativos o endémicos chilenos. Treinta de Boldo; su forma es ovalada y tienen surcos como venas en su superficie. Treinta de Maqui, que parecen gotas o saquitos con una pequeña oreja. Trece de Alerce; las únicas compuestas por dos elementos: una superficie redonda y más bien plana, en cuyo centro se ubica un volumen alargado y cilíndrico y, de frente, recuerda una mariposa. Veintiocho de Coigüe; que también parecen gotas, pero se distinguen, porque están atravesadas de arriba a abajo por tres líneas, dividiéndolas a lo largo en tres partes iguales. Trece de Canelo; esas semillas recuerdan a una ‘f’ minúscula sin asta, o a unos dulces con forma de bastoncitos. Quince de Arrayán; de forma esférica y con una especie de pliegue. Seis son piñones, semillas de Araucaria; bastante más grandes, alargadas y con un extremo plano, como una estaca. Cinco de Avellano; las más voluminosas. Tres de Ulmo; las más grandes y complejas en estructura, tienen un tallo, un cuerpo estriado y gajos como pétalos de una flor. Por último, Tres son de Maitén de Magallanes, y recuerdan un racimo o una composición de cuatro peras con unas pequeñas hojitas en la parte superior.
abajo: veintiún piezas de cestería, fabricadas a mano con fibras vegetales. Del total, seis son cestos y canastos mapuche llamados kilko; los hay de color café oscuro, café más claro y algo rojizo y unos más verdosos amarillentos o grisáceos; son de forma cilíndrica y base plana o cóncava. Algunos tienen amarrados cordones también de fibra vegetal. Los otros cuatro son todos distintos. Uno de ellos lleva el nombre de llepu y es más bien una bandeja de forma plana y circular, de color café claro con zonas más oscuras, y tiene el contorno desgastado. Dos son canastos sin clasificación de nombre, y el último es una pilwa o bolsa, de tejido ligero en red y con una sola larga asa. Los otros doce cestos son de origen yagán. También fueron tejidos con fibra vegetal de tonos amarillos y verdosos. Mientras diez son cestos más bien cilíndricos y de base recta, uno de ellos es una bandeja elíptica y su forma es similar a la de una balsa, fue tejida por Úrsula Calderón, una de las últimas yaganas. Otro de los cestos, el más distinto de todos, es de forma cónica, de apariencia y estructura liviana, recuerda algún tipo de colador; no tiene asignación cronológica.
Volcar la mirada y fijar la atención en lo pequeño e insignificante guarda relación, tanto con la capacidad de ver aquello que usualmente no notamos, como con atender asuntos que han sido deliberadamente invisibilizados. Reparar en lo común de nuestras vidas a través de una observación asombrada y minuciosa, toma como referencia lo infraordinario, término acuñado por el escritor francés Georges Perec para referirse, interrogar y nombrar aquello cotidiano e insignificante, que pasa comúnmente inadvertido. Sin embargo, es justamente eso que se da por sentado por su constante presencia, lo que en definitiva constituye el espacio seguro que habitamos.
Por su tamaño y aparente irrelevancia, una semilla también podría ser considerada como algo infraordinario. Su escala diminuta es una aproximación a lo invisible y, al mismo tiempo, a lo esencial, en tanto guarda y sustenta la vida. Semillas de árboles nativos de Alerce, Boldo y Canelo; Araucaria, Coigüe y Maqui; Avellano, Ulmo, Maitén de Magallanes y mi querido Arrayán, se presentan aquí tejidas una a una, surgidas desde el inevitable vuelco ‘hacia adentro’, derivado de aquellas (y otras) situaciones en las que lo simple y fundamental termina siendo lo más valioso y extraordinario.