10 en punto
2020
Cinco paños de burel bordados a mano
139 x 99 cm cada uno
“de lo que iba a ser, pero no fue; lo que nunca imaginé, pero sí sucedió, y el intento de ajuste entre todo eso”
Sala de Arte CCU, Santiago, Chile
2020-2021
Los meses que pasamos en cuarentena sin duda fueron una experiencia de encierro, y presentaron una forma distinta de sentir y vivir el paso del tiempo. Bajo la sensación de que todo se repetía incansablemente, los días me parecían todos iguales, y el tiempo una sucesión incierta de eventos cotidianos.
Así, de mi interés por registrar este tiempo y esas acciones que se repiten una y otra vez —como hice alguna vez registrando fotográficamente a mis hijos durmiendo, comiendo o lavándose los dientes—, surgió la obra 10 en punto: el bordado a mano de una historia escrita pensando en quienes pasamos por alto, los más encerrados en el encierro.
I. Llegamos de noche; creo que siempre se llega de noche.
Nos dicen “tía”; no sé si eso es bueno o malo. Denota un extraño respeto, claramente
inmerecido, o tal vez solo estamos más viejas de lo que nos gustaría reconocer. En cualquier
caso el “tía” viene bien acompañado de una taza de té caliente. (Son todas distintas, ejemplares
sobrevivientes que ya nadie quiso: flores deslavadas, trizaduras oscuras, tachos plásticos un
poco deformados por el calor, una que otra oreja ausente; tienen algo en común: en el fondo, el
sedimento café negruzco de tantas recepciones acumuladas).
II. Afuera las luminarias que coronan las torres inundan de día cada noche.
Al principio lo agradecimos. Pero la penumbra daba una sensación de inquietud al semi sueño
en el que cada noche intentábamos caer y luego se hacía más difícil dormir de verdad.
Hasta que un día, sin aviso, dormimos. Tal vez fue el cansancio, ese cansancio profundo que se
queda pegado al cuerpo, volviéndolo más y más pesado. Si hubiéramos tenido un espejo nos
habríamos desconocido, grises y huesudas (solo uno más de tantos descalces a los que nos
tuvimos que acostumbrar).
III. Son las 10 en punto.
Por fin se apagan las luces, esas luminarias tristes y verdosas que se alinean en el centro de cada
pasillo, en cada módulo.
Ojalá se apagaran también los gritos, pero durante la noche el intercambio comercial está en su
más alta actividad; ya nadie vigila a las viajeras que se descuelgan con soltura, metidas en
calcetines amarrados a largas tiras de tela, bamboleándose pisos abajo, pisos arriba…
Pero la oscuridad no llega.
La luz se filtra por las ventanas siempre abiertas, invierno y verano, dejando entrar el viento
húmedo, congelado o el calor seco, sofocante desde los patios encementados.
IV. Vuelve la oscuridad, o más bien, la semioscuridad.
Cada tanto, la puerta metálica se abre y una horda entra corriendo. Es imposible distinguir
quiénes son, cuántas son en medio de la confusión de pasos acelerados, palabras revueltas,
algunas risas, suspiros de alivio. Pero ellas saben perfectamente a dónde ir, cómo moverse,
dónde instalarse y, sobre todo, qué pedir… muy pronto se aprende a compartir todo lo recibido,
en un lugar donde no existen límites entre lo mío, lo tuyo, lo de todas.
V. Otra vez son las 10.
¿Cómo cabe tanto tiempo en una hora, en un día, en todos los días?
De tanto leerlos, hemos memorizado los folletos informativos.
Pedimos libros; llega una carpeta verde plastificada. No hay manera de entender ese triste
catálogo, no existe lógica alguna para ese orden.
Pedimos seis prestados; creo que hace mucho nadie lo hacía.
Pasan las horas, los días, los días?
Seguimos esperando, los libros.
Y otra vez son las 10, la única hora del día que reconocemos con toda seguridad.
10 o’clock
2020
Hand embroidery on burel fabric
139 x 99 cm (54,6” x 39”) each
“de lo que iba a ser, pero no fue; lo que nunca imaginé, pero sí sucedió, y el intento de ajuste entre todo eso”
Sala de Arte CCU, Santiago, Chile
2020-2021
The months we spent in quarantine were undoubtedly an experience of confinement, and presented a different way of feeling and living the passage of time. Under the sensation that everything was repeated tirelessly, the days all seemed the same to me, and time an uncertain succession of daily events.
Thus, from my interest in recording this time and those actions that are repeated over and over again —as I once did by photographically recording my children sleeping, eating or brushing their teeth— the work 10 o’clock emerged: the hand embroidery of a story written thinking about those we overlook, those most locked up in confinement.