
Deteniéndose en elementos naturales comunes, como los insectos y las plantas, la artista chilena Mónica Bengoa nos invita a replantearnos nuestra relación con el mundo en la exposición de los tiempos a ras de suelo. A través de la cuidadosa transcripción de sus alrededores al bordado y al dibujo, la artista logra develar la belleza ignorada que nos rodea.
Finas líneas magenta delineaban una hoja verde de bordes en zigzag, extendiéndose desde la mitad del borde exterior izquierdo hasta el extremo opuesto. Allí, el fragmento magenta se encontraba con una superficie amarilla que delimitaba el borde exterior derecho de la hoja. Diagonalmente, una pequeña porción irregular de color violeta destacaba sobre el fondo verde. Se trata de un fragmento del dibujo frutilla silvestre, de la serie breves apuntes botánicos, exhibido en la muestra de los tiempos a ras de suelo, de Mónica Bengoa, abierta hasta el 11 de enero en Galería Aninat.
La frutilla silvestre está dibujada sobre una hoja blanca de papel ecológico, dispuesta en una estructura que evoca un tablero portapapeles. Realizada con trazos ligeros y cuidadosos, la ilustración captura la fugacidad de un instante, fijando su imagen sobre una superficie que prolonga su existencia sin hacerla imperecedera. Al igual que la planta fotografiada, el formato de la representación subraya su impermanencia, enfatizando la naturalidad de la flor silvestre. Esta es solo una de las decenas de plantas que Mónica fotografió en el trayecto entre su casa y la Universidad Católica, donde imparte clases.
Le pedí a la artista que me enviara el registro fotográfico, recordando que, durante una charla en la galería, había mencionado su interés por las aberraciones cromáticas. Este término se refiere a un efecto óptico que ocurre cuando las cámaras no logran capturar toda la información de una imagen. Sin embargo, en el caso de la captura en alta definición realizada por Mónica, el efecto de color no guardaba relación alguna con las aberraciones cromáticas.
Al analizar la imagen de la planta, recordé uno de los capítulos de Mira lo que te pierdes: el mundo visto a través del arte, escrito por el director de Arte de la BBC, Will Gompertz. El libro reúne 31 lecciones sobre cómo observar el mundo, cada una correspondiente a la enseñanza de un artista visual distinto. Cada capítulo se centra en una obra diferente, que va desde una escultura de Xochipala hasta la cama deshecha de Tracey Emin. El capítulo que me vino a la mente a raíz del dibujo de Bengoa es el de David Hockney, que comienza con una anécdota relacionada con La llegada de la primavera en Woldgate, East Yorkshire.
El autor relata que fue a un bosque cercano en busca de los árboles violeta retratados en la pintura de Hockney. Sin embargo, su sorpresa no fue inmediata; tuvo que pasar un tiempo con la mirada fija en sus alrededores antes de percibir algún cambio. Después de unos minutos, la corteza marrón de un árbol se transformó en tonos naranja y púrpura, a medida que un rayo de sol iluminaba su superficie. El autor reflexiona sobre cómo la paciencia permite captar fenómenos naturales que no se perciben de inmediato, y destaca que los referentes artísticos de Hockney requieren una observación detenida para ser verdaderamente apreciados.
Por más que seguía mirando la imagen de Mónica en la pantalla de mi computador, no fui capaz de percibir el magenta, ni el morado ni el amarillo que había visto en la hoja de frutilla silvestre en la galería, pero sí comencé a apreciar la variedad de colores que emergían de su superficie. Aunque no era magenta, en medio de la hoja verduzca brillaban destellos rojizos, que, al mezclarse con el marrón de los extremos, producían un tono rosáceo.
El resto de la traducción cromática se había producido en el traspaso de la fotografía al dibujo a color, un proceso indudablemente lento que me recordó a las transcripciones de entrevistas periodísticas que realizo. En 2025, ya existen decenas de programas que ejecutan este proceso de manera automática; sin embargo, siempre he sentido que la transcripción manual es una parte fundamental de la escritura.
Hacerlo me permite absorber mejor las interpretaciones de la persona, además de facilitar el rescate de las sutilezas de estilo que diferencian a cada hablante. En el caso de los dibujos de Mónica, la transcripción se traslada hacia la dimensión gráfica, impulsando a la artista a prolongar su estadía en cada fragmento contorneado. Debido al formato de las obras, los apuntes botánicos no solo capturan una imagen en sí misma, sino que también integran parte de su contexto, registrando la fecha, la hora y el nombre que contextualiza cada foto. Fue a raíz de este detalle que me hice consciente de lo poco común que me resulta ver números expresados mediante letras.
Mónica escribe la fecha y borda el nombre de la planta en letras manuscritas con serifa, al igual que la mayoría de las tipografías que utiliza en sus obras. Los remates puntiagudos que bordean las letras le recuerdan a la calidez de la literatura, una especie de afecto indescriptible que sus ilustraciones replican. Al igual que en la poesía, lo que más destaca en los dibujos no es su realismo, sino su capacidad para capturar y transmitir aquello que no es inmediatamente perceptible, encapsulando la esencia de lo representado.

Victoria Abaroa
Licenciada en Comunicación Social
Publicado en artishockrevista.com, el 8 de enero 2025, con motivo de la muestra individual Relatos a ras de suelo, en Aninat Galería.
TRANSCRIBIR LO INFRAORDINARIO
Desde pequeña, Mónica sintió una fascinación por el sur de Chile, considerándolo el remanente más puro de un pasado vegetal. A pesar de no haber tenido mucho contacto con los territorios más al sur de la octava región, Mónica presintió que había algo para ella en la naturaleza. La impulsaban las voces de un deseo antiguo, emergiendo como chispazos de una pulsión ancestral. Quizás por eso la artista lograba hacer florecer de nuevo las plantas secas que su abuela arrojaba al basurero, creyendo que ya no tendrían salvación.
La naturaleza fue una de las principales compañeras de Mónica durante su primera infancia, una etapa que recuerda como bastante solitaria. Independientemente de las variaciones en la intensidad del sentimiento, la vivencia de exclusión que atravesó la artista interpela una verdad universal: esa sensación de invisibilidad que todos hemos podido experimentar cuando los adultos no se detenían a explicarnos lo que creían que éramos incapaces de entender.
Aunque la percepción social sobre los menores ha cambiado con el tiempo, la idea de que los niños carecen de voz sigue siendo difícil de erradicar. La palabra ‘infante’, proveniente del latín infantis que significa ‘sin voz’, encierra esta concepción, como bien lo resume el dicho: ‘quien no pide no recibe’. Es por esto que el ser humano ha facilitado la expansión del antropoceno, pisoteando innumerables animales y ecosistemas. En este contexto, los breves apuntes botánicos de Bengoa pueden interpretarse como actos de rebeldía, que nos invitan a regresar a esas experiencias cotidianas de las que la vida hiperproductiva nos ha alejado.
En Lo infraordinario, Georges Perec ofrece ejemplos de ‘cosas comunes’, desde ladrillo y vidrio hasta cemento y los objetos que llevamos en nuestros bolsillos, ilustrando a qué se refiere con el título de su obra. Considerando esta diversidad, sería incorrecto asumir que lo infraordinario tiene el mismo significado para Perec que para Bengoa. Sin embargo, los elementos naturales que ella transcribe también podrían encajar dentro de esta categoría.
Cada una de las obras que la artista exhibe en la Galería Aninat nos remite a un momento preciso: mientras los breves apuntes botánicos registran la fecha y la hora de captura de la imagen de referencia, los insectos de relatos a ras de suelo cuentan con una descripción detallada del día en que se produjo cada encuentro. Superponiendo diversos momentos fugaces, Mónica genera un relato que concentra chispazos de maravilla cotidiana.
En cada uno de los recuadros que forman parte de la serie, las dimensiones de los insectos contrastan con la tela blanca en la que se insertan, destacando la pequeñez de estos organismos. Al igual que en sus obras monumentales, en relatos a ras de suelo la artista nos invita a percibir la belleza de lo ignorado mediante una estrategia de escala, preservando las dimensiones microscópicas de los insectos y obligándonos a detenernos frente a cada tela.
En las diferentes fases del relato, nuestros ojos se pasean por el cuerpo del insecto, transfiriendo la sensación del tejer a nuestra mirada. Bordamos cada uno de sus fragmentos con la vista, acariciando pequeñas criaturas que irradian fragilidad.
DEVELAR OTRO MUNDO
En Irlanda, se dice que cuando los humanos regresan a sus vidas cotidianas, lo hacen cambiados para siempre. Algunos retornan con conocimientos nuevos, como Cascorach, hijo de Cainchinn, quien volvió a su reino tocando el timpán de forma excepcional. No solo aprendió a tocarlo, sino que lo hizo de manera hipnótica, alcanzando una armonía ajena a este mundo. Esto solo pudo ocurrir tras encontrarse con los Tuatha de Danann, una raza de semidioses que gobernó Irlanda durante 169 años. Derrotados por los humanos milesianos, se retiraron a los sidhe, antiguos montículos funerarios.
Hasta el día de hoy, estos relieves se consideran portales que conectan el mundo de los vivos con otros dos diferentes: el de los muertos y el de las hadas. A través de los sidhe es que, según los relatos folclóricos, los humanos desaparecen, retornando con nuevas cualidades, como Cascorach. Con el tiempo, estas criaturas se han mezclado con otras creencias, dando origen a seres como el Púca, un duende travieso, y la Banshee, un espíritu que anuncia la muerte mediante sus gritos. Estas criaturas serían los predecesores de los Aos Sí, una raza mixta que conserva la maravilla de los antiguos dioses y que se ha ido desperdigando por el mundo.
Más allá de su gusto por las series históricas, Mónica Bengoa no recuerda tener vínculos con Irlanda, pero me gusta imaginarla como una de esas personas capaces de transportarnos al territorio de los seres místicos invisibles que cohabitan nuestro planeta. Se trataría de una dimensión de saberes primarios, en la que nos reconectamos con una sensibilidad que, poco a poco, ha quedado olvidada. En ese sentido, las obras de la artista funcionarían como portales, permitiéndonos viajar a este otro mundo. Al abandonar la galería, no salimos indiferentes; caminamos más despacio y con mayor atención a nuestros alrededores, dispuestos a observar aquello que frecuentemente ignoramos.
Fue gracias a los breves apuntes botánicos que me percaté de la similitud entre las plantas y las personas, con características botánicas funcionando como rasgos personales. Así, las líneas en las hojas del vinagrillo rosado se asemejarían a huellas dactilares, y las flores del soldadito serían mechas coloridas en su cabellera vegetal. El cuello rosado mostraría marcas de nacimiento, mientras que la hierba exhibiría lunares, cicatrices y arrugas.
En las obras en de los tiempos a ras de suelo, cada insecto y planta tiene su propio espacio, sacralizándose en las paredes de la galería. Estos elementos destacan con total protagonismo, incluso aquellos que suelen ser despreciados como plagas o malezas. Para Mónica, tales categorías no existen, ya que todos los seres son fundamentales para mantener el equilibrio en nuestros ecosistemas. Esto se percibe en cada acción de la artista, quien realiza sus trazos y puntadas con el máximo cariño.
Una delicada ternura infunde cada uno de sus procesos, incluso los de calado. Aunque estos podrían interpretarse como un acto ligeramente agresivo, dado que implican una perforación, los calados de Mónica subrayan el develamiento logrado a través del gesto. Gracias a sus perforaciones, accedemos a una capa adicional de contenido, que solo se hace visible a través del dibujo contorneado a mano. Este procedimiento grafica, en nuestra mente, la operación conceptual que la artista realiza al transportarnos al mundo de los Aos Sí.