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el agua y sus movimientos (2023)

Está fría, mucho más fría de lo que pensé.

Tal vez el día soleado me confundió y me hizo creer que el aire cálido se filtraría en su superficie suavizando el contacto.

Inmóvil, me voy acostumbrando, a pesar de que mis pies se tornan cada vez más azules y ya no logro distinguir el límite entre ellos y la arena del fondo.

Avanzo.

Con cada paso la piel que antes estaba seca va cambiando de color, formando una degradación desde el azul violáceo de mis pies hasta un rojizo más intenso que va subiendo por mis piernas. Camino en dirección a la otra orilla, pero no alcanzo a divisarla.

Me llega a la nuca, se mete en mis oídos, en mi nariz.

Procuro respirar tranquila hasta que ya no es posible sostenerme erguida y me hundo.

Bajo el agua, evito nadar; prefiero seguir avanzando en contacto con el fondo, pues la torpeza de mis movimientos podría romper la aparente quietud que me rodea. Y ahí me quedo, mirando un halo de luz que atraviesa el agua, desintegrándose en infinitas partículas brillantes, volviéndose más denso mientras avanza hundiéndose en la oscuridad del lago.

Me pierdo.

Creo que está anocheciendo, porque ya no puedo distinguir arriba de abajo, mucho menos la dirección correcta, así que decido esperar sintiendo la levedad de mi cuerpo suspendido bajo el agua.

 

De pronto, recuerdo respirar.

Salgo a la superficie y mis pulmones vuelven a llenarse de aire… ¿hace cuánto no respiraba? Me quedo flotando boca arriba y me parece que este cielo sin luna es la continuación perfecta de la profundidad del agua. La corriente me arrastra y yo me dejo llevar.

Tendría que nadar hasta la otra orilla, pero por más que entrecierro los ojos no logro distinguirla. Y aunque ya no lo siento, sé que mi cuerpo tirita, porque sus temblores interrumpen las suaves ondulaciones del agua, quebrando su superficie.

Permanecer así, a la deriva, acoplándome a su vaivén hasta que el viento me permita alcanzar el borde del agua… ¿tiene borde el agua?

Me abandono para resistir.

 

❋   ❋   ❋

 

Imprescindible para sostener la vida, implacable en su dimensión destructora, el agua, tal vez como ningún otro elemento, nos recuerda nuestra inevitable finitud al tiempo que nos conecta con la inmensidad de la existencia: lo diminuto y lo grandioso en delicado equilibro. El agua y sus movimientos recoge miradas diversas, sensibles y profundas a su esencia inasible.

 

Abandonarse para resistir. Tal vez es esa la forma de sobrevivir a la voluntad de sus movimientos: dejarse llevar adaptándose a sus oscilaciones. Cuerpos presentes, cuerpos testigo, cuerpos ausentes; cada cual procura mantenerse a flote aguantando la corriente adversa, esperando que las condiciones mejoren hasta alcanzar la otra orilla.

El ‘cuerpo presente‘ en La muda de Fernanda López, se entrega en actitud de humilde sumisión, abierto a toda posibilidad de aprendizaje. Envuelto en un pesado manto azul de mar permanece quieto, esperando sanar los dolores del cuerpo y los pesares del alma, soportando el incesante vaivén del oleaje. Mientras, en Señalética sentimental de Pilar Elgueta, su ‘cuerpo testigo’ –pequeña balsa siempre inestable– recoge a su paso pensamientos devenidos palabra para ofrecerlos a destinatarios improbables. Surgen desde la inmensidad del paisaje frío y solitario, y los nombra para testificar su breve existencia.

 

El cuerpo está aparentemente ausente en las obras de Ignacio Navarrete, no obstante, su peso se presiente en medio de ese mar hipnótico e inquietante, de movimiento perpetuo y bordes imposibles, en Project ocean. Pero también lo imaginamos hundiéndose lentamente en esa Boya sacudida por aquellas olas indiferentes a su anhelo por comunicarse; la deriva de un cuerpo abandonado a la orilla de la vida –y de la muerte–.

 

Una montaña de agua gigantesca se levanta de pronto y sin previo aviso arrasa con todo; el estruendo profundo del choque del agua contra la tierra. Luego, solo silencio. Ya no vemos el agua, solo las huellas de su paso violento, el rastro desolador de la catástrofe que deja a su paso, y la dignidad extrañamente serena de la pobreza en medio de esa destrucción, en Peor que el de Coñaripe fue el aluvión del Yate de Sebastián Riffo. Pero la destrucción también avanza silenciosa, mientras la sal se va colando lentamente en la tierra. En un paisaje infiltrado por el agua los isleños conocen de sus movimientos, saben habitar esa fina línea, donde no se sabe si es la tierra que está salpicada de agua, o el agua salpicada de tierra; frágil equilibrio que en cualquier momento se rompe, en Boya de Andrea Olea. La catástrofe súbita y la silenciosa.

 

Finalmente, el tiempo pareciera detenerse en La marea ha subido tanto, de Daniela Canales. La naturaleza inasible del agua se manifiesta rotunda en la imagen borrosa de los oleajes, de mares superpuestos en continuo movimiento. La imprecisión de los límites desorienta, y a ratos pareciera ser que se está sumergido, rodeado de aguas profundas y revueltas. Entretanto, sutiles embarcaciones cruzan, desafiantes, los horizontes.

 

Acostumbrados a habitar el espacio de los cuerpos, donde solo uno puede ocupar un mismo lugar, sorprende la generosa capacidad del agua. Como en ningún otro mundo, en ella coexisten aguas transparentes y oscuras, quietas y turbulentas, que viajan con distintas velocidades, ritmos y direcciones y en vez de ahuyentarse mutuamente, deciden mezclarse, sumarse, en definitiva, convivir. El agua y sus movimientos responde a ese anhelo.

 

 

 

 

Créditos imágenes:
Portadilla: Daniela Canales, La marea ha subido tanto (detalle), 2017, Instalación de fotografía sobre vidrio, 250 x 180 cm
Interior: Andrea Olea, Boya (vista parcial), 2019, Técnica mixta, 163,5 x 457,5 cm
Gentileza Benjamín Matte

Escrito a propósito de la exhibición Nodo, el agua y sus movimientos, publicado en julio 2023 en el catálogo que acompañó la muestra.