Llevo meses intentado recordar mi primer encuentro con los Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau, sin embargo, no he logrado reducir las alternativas a menos de tres; ninguna de ellas me parece lo suficientemente probable como para siquiera mencionarla, de manera que permanecen en mi memoria como nubes más bien grises, probablemente más llenas de acomodos que de certezas.
Lo cierto es que durante mucho tiempo mi relación con Queneau fue como la que uno tiene con el amigo de un amigo, con quien se coincide ocasionalmente en algún cumpleaños o festejo similar y se intercambia frases breves dichas con amabilidad, pero sin demasiado compromiso. Porque mi compañero en la lectura durante todos estos años había sido Georges Perec, a quien ya había leído en los más diversos formatos, varios de ellos más de una vez.
Así, los Ejercicios habían permanecido durante años en mi estante, en aquel espacio contiguo a los libros de Perec –reservado para algo así como “parientes cercanos”–, donde aguardaba su turno junto a otros libros del mismo Queneau, unos de Italo Calvino y algunos textos sobre el OuLiPo[1] (todos ellos, viajando en el vagón posterior de un tren que nunca avanza lo suficiente).
Mi naturaleza un tanto obsesiva me ha empujado a intentar concluir completamente un asunto antes de comenzar otro nuevo, de manera que he intentado leer todo aquello que me fuera posible conseguir de un mismo autor, antes de empezar una nueva relación literaria con otro. Pero un día, algo cansada ya de mi autoimpuesto sistema de organización de lecturas, decidí comenzar a alternar aquellas programadas con esas otras en espera, de manera que los Ejercicios de Estilo avanzaron varios puestos hasta que por fin tuve la oportunidad de leerlos. La primera vez, en español, debe haber sido hace unos diez años atrás[2].
Mis conocimientos sobre literatura francesa contemporánea son mínimos, soy solo una aficionada entusiasta, de manera que no podría pretender hacer aquí un análisis exhaustivo en torno a la producción de este singular autor. Sin embargo, me parece importante entregar algunas breves informaciones acerca de quien fuera capaz de producir tan peculiar ejemplo de escritura incómoda[3].
Raymond Queneau (Le Havre, 1903 – París 1976)
Filósofo de formación, Queneau fue enciclopedista por más de 25 años, dirigiendo los volúmenes de literatura de la Gallimard’s Encyclopédie de la Pléiade. Desarrolló todo tipo de empresas culturales: fue actor, dramaturgo y cineasta, traductor y pintor, pero sus mayores logros los realizó en el ámbito de las matemáticas y la literatura. Su escritura está íntimamente ligada a los postulados del OuLiPo, siendo cada novela o poema completamente distinto del anterior, con lo que demuestra un amplísimo dominio del lenguaje y un ingenio inagotable.
Probablemente las novelas más conocidas de Queneau son aquellas que retratan la vida en los suburbios parisinos, cuya mayor expresión es la novela cómica Zazie dans le metro (1959); en ella muestra su interés por los juegos de palabras en el lenguaje oral del día a día y su anhelo por eliminar la distancia entre el francés escrito y el oral[4]. Sin embargo, dejando de lado las novelas y poemas, los libros más característicos de Queneau son construcciones únicas y peculiares; entre ellas destacan no solo Ejercicios de Estilo, sino también Petite cosmogonie portative (1950) –poema en versos alejandrinos que relata, entre muchos otros, el origen del universo, la evolución de los animales y la tecnología– o Cent mille milliards de poèmes (1961) –herramienta destinada a la composición de 1.014 sonetos a partir de diez sonetos originales con una misma rima que, gracias a un ingenioso juego de combinatoria, podrían generar hasta cien billones de poemas diferentes–.
Pero más allá de las incontables muestras de genialidad, mi mayor interés y motivación para trabajar con Ejercicios de Estilo de Queneau ha sido su filosofía, sus principios a la hora de enfrentar el trabajo de escritura: su total rechazo a la inspiración, al lirismo romántico, en la convicción de que un conjunto de restricciones formales son el mejor medio para lograr la verdadera libertad creativa y, en definitiva, expandir la investigación en torno al lenguaje:
“Otra idea extremadamente falsa actualmente muy de moda es que la inspiración, la exploración del subconsciente y la libertad son equivalentes. Pero este tipo de inspiración, que consiste en seguir ciegamente todo y cada impulso, es en realidad una forma de servidumbre. El autor clásico que escribe una tragedia siguiendo cierto número de reglas con las que está familiarizado es más libre que el poeta que escribe cualquier cosa que le venga a la cabeza, siendo esclavo de otras normas de las cuales es inconsciente.”[5]
Sobre los Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau
El origen de Ejercicios de Estilo fue la música. Queneau, luego de escuchar un concierto en el que se interpretaba el Arte de la Fuga de Bach, consideró que sería un desafío interesante construir una obra por medio de variaciones infinitas en torno a un asunto irrelevante. Los primeros doce ejercicios –que son en efecto los primeros doce del libro– los escribió bajo el título de Dodecaedro en 1942; los años siguientes siguió escribiendo en tandas variables hasta completar los noventa y nueve, publicando el libro en 1947.
La breve historia que sirve de pretexto a su empresa gira en torno a un tipo joven que viaja en un bus repleto de gente; discute con otro pasajero, quien, según él, lo empuja. Dos horas más tarde es visto en la plaza Saint-Lazare con un amigo, quien le aconseja hacerse poner un botón más en su abrigo.
La insignificancia de esta narración es abordada por Queneau de las maneras más diversas: desde la transparencia absoluta del lenguaje en Relato; pasando por una serie de ejercicios propios de las artes de la retórica –Lítotes, Metafóricamente, Sínquisis–; varios con un marcado sentido del humor –Distinguo, Filosófico, Torpe–. Algunos están evidentemente ligados a prácticas oulipianas, como si los Ejercicios se hubiesen transformado en un manual para sus miembros, como es el caso de Lipograma o Translación[6], y muchos de ellos extreman de tal modo los juegos formales, que niegan toda posibilidad de sentido, como en los ejercicios de permutaciones crecientes de letras o palabras.
Al revisar el prólogo a la versión inglesa de los Ejercicios de Estilo escrito por Umberto Eco[7], pude dimensionar la complejidad de la hazaña de Queneau, quien no emplea exclusivamente figuras retóricas, ya que también es posible encontrar, entre otros, parodias a géneros literarios (la Oda) y a actos ordinarios de enunciación (como el abusivo, por ejemplo). Según Eco, llama la atención la extraña ausencia de figuras representativas de las artes de la retórica, como la sinécdoque, metonimia u oxímoron, por lo que se podría pensar que Queneau no estaba intentando utilizar todas las figuras existentes.
Sin embargo, al mirar con detención, un experto podría notar que figuras retóricas y tropos se encuentran representados en los Ejercicios de manera mucho más amplia que lo que los simples títulos podrían indicar. En este sentido, Eco explica: “El primer ejemplo de esto es ′Notaciones′ en sí, que es una demostración de manifestus sermo, en otras palabras de un lenguaje claro y explícito. ′Por partida doble′ es un ejercicio sobre sinónimos y parafraseo –mientras ′Retrógrado′ ejemplifica proteron hysteron, ′Sorpresas′ es un estudio de las exclamaciones y, tanto ′Vacilaciones′ como ′Torpe′ usan la figura de dubitatio (…).”[8]
Si bien Queneau no pretendió elaborar un gran manual que incluyera todos los ejercicios de retórica existentes, no obstante “su libro se convierte en un ejercicio de retórica en sí, de hecho una especie de demostración de que la retórica se encuentra en todas partes.”[9] En definitiva, son una selección arbitraria no solo de figuras retóricas, sino de todo tipo de asuntos que la retórica comprende y es justamente la naturaleza arbitraria de los Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau, la que me empujó a trabajar en la elaboración de mi propio conjunto de Ejercicios.
Mis Ejercicios de Estilo
Supongo que comparto con muchos un especial cariño por los libros, pero no solo por la literatura[10]; me refiero también a ese pequeño objeto que solemos coleccionar con devoción. Es por eso que el comienzo de este proyecto resultó ser un tanto irónico, ya que mi primera acción fue la destrucción de un antiguo ejemplar de Exercices de Style –de la edición original de la editorial Gallimard[11]–.
La primera serie de este proyecto tiene como antecedente directo Still life / Style leaf[12], pero en el caso de Exercices de Style fue todo el libro el que desarmé cuidadosamente, separando cada una de sus páginas, arrugándolas y fotografiándolas una a una. Las imágenes correspondientes a las primeras seis páginas del libro fueron llevadas a alto contraste para eliminar la presencia de los pliegues del papel, de modo que las páginas en sí desaparecieron, quedando solo las palabras recortadas sobre el blanco. Sin embargo, aun cuando las arrugas se han desvanecido en el alto contraste, su rastro sigue presente en los renglones distorsionados del texto, en las letras quebradas, deformadas por el escorzo, en aquellas ausentes. Así, las imágenes fotográficas de las páginas arrugadas correspondientes a los primeros cinco ejercicios de Queneau –desde Notations, en la página 7, hasta Rétrograde, en la página 12– fueron dibujadas sobre el fieltro negro (o casi negro, ya que en él también es posible distinguir pequeños rastros de lana de otros tonos más claros) para posteriormente calar a mano cada una de sus letras y palabras.
Al disponer los paños de fieltro sobre los muros, da la impresión de estar frente a la imagen en negativo de las páginas del libro: en lugar del papel aparece el fieltro oscuro, y las letras se presentan por ausencia gracias al fondo blanco del muro. Finalmente, y como una metáfora concreta, las letras de fieltro recortadas del paño fueron dispuestas en el suelo, apilándose bajo cada página de fieltro, evidenciando –al tiempo– su propio sistema de producción.
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Para la segunda serie de trabajos tomé los siguientes ocho ejercicios –desde Surprises, correspondiente a la página 13, hasta Précisions, en las páginas 22 y 23 del libro–, pero esta vez reemplacé el fieltro por papel, reduciendo notablemente la escala[13]. Hasta ese momento había utilizado el papel como soporte calado solo en El orden y el desorden son dos palabras que designan por el igual el azar, un proyecto muy particular realizado para la Biblioteca Nacional, en el que tomé un fragmento de Pensar / Clasificar de Georges Perec y lo calé sobre un conjunto de aquellas tarjetas de catalogación de libros que utilizaban antiguamente las bibliotecas[14]. Pero la escala no es lo único que se reduce, ya que también se restringe considerablemente la cantidad de información en la imagen. Porque al contrario de lo que ocurre con el fieltro negro y sus letras caladas sobre el muro blanco –donde se reproduce el alto contraste de la letra impresa en negro sobre el papel– en el caso del papel todo es blanco, de modo que la letra solo aparece sutilmente en su ausencia, gracias a la leve sombra que proyecta el papel calado sobre el fondo, también blanco.
Entonces, el ojo del espectador, que ya había sido exigido a descubrir la naturaleza del origen fotográfico de la imagen solo gracias a la distorsión de las letras y renglones, esta vez debe esforzarse aún más para lograr distinguir las letras, palabras y, en definitiva, la página del libro, en una superficie donde todo es blanco sobre blanco. Sumado a esto, las pequeñas letras de papel recortadas fueron dispuestas en el interior de los marcos a los pies de las láminas de papel caladas, de modo similar a como yacían en el suelo las letras de fieltro.
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La tercera serie de mi proyecto incluye la utilización de los siguientes seis ejercicios de Queneau –desde La côté subjectif en la página 24 hasta Animisme, en las páginas 30 y 31– y es algo distinta de las dos precedentes. En este caso no trabajé a partir de imágenes llevadas a alto contraste como en las dos primeras series, sin embargo, persiste el desafío al ojo del espectador, quien eventualmente podría distinguir las leves diferencias entre los distintos grises de los hilos de bordar.
Si bien había bordado antes imágenes de frutas y verduras a escala real buscando un resultado fotográfico, lo cierto es que el único antecedente de esta serie es una pequeña obra en la que bordé las palabras de una página abierta del libro Pasajes de Fernando Pérez Villalón[15]; lo hice como regalo, por lo que nunca ha sido exhibida.
La escala volvió a reducirse: esta vez las letras miden solo un par de milímetros, pero igualmente muchas de ellas albergan puntadas de hasta cuatro grises distintos, además del negro. Mi objetivo esta vez era reproducir las sutiles variaciones tonales que lograba observar en las fotografías de las páginas arrugadas, donde algunos brillos deslavan el negro de la tinta impresa tornándolo lechoso. Trabajé con lupa; imposible hacerlo de otro modo, y en esa cercanía extrema muchas veces me vi presa de la trampa al ojo que yo misma estaba construyendo: la “página” se arrugaba frente a mis ojos y debía alejarme y descansar un rato, antes de proseguir con mi delicada tarea.
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Estas tres series de obras formaron parte de la primera muestra de Exercices de Style / Exercises in Style –realizada en el Frost Art Museum, en Miami–. Con ocasión de la segunda exhibición, Exercices de Style / Ejercicios de Estilo[16], decidí sumar una nueva serie utilizando desde Anagrammes, en la página 32, hasta Insistance, en las páginas 42 a 44.
Para realizar estas obras quise reproducir un ejercicio de iluminación de Sol Lewitt –cuyo registro había visto solo brevemente hace años en un libro monográfico del artista–, quien fotografió un cubo blanco cambiando numerosas veces la intensidad y la dirección de la luz. Recuerdo que las variaciones de la iluminación lograban modificar de tal manera la percepción de ese simple objeto, que a ratos se perdía completamente la sensación de volumen y daba la impresión de estar viendo solo una hoja blanca; en otros momentos, ya no parecía un cubo cerrado, sino una caja abierta por su cara frontal; o tendía a desaparecer al no existir mayor contraste entre el cubo y el espacio que lo rodeaba.
Con esa idea en mente decidí tomar esas trece páginas del libro previamente arrugadas y volví a fotografiarlas, esta vez, entre veinte y treinta veces cada una. Me propuse ir variando la iluminación moviendo constantemente de ubicación los focos de luz, acercándolos o alejándolos de la página, girando a su alrededor para que las sombras de sus pliegues se proyectaran en distintas direcciones. El conjunto de fotografías mostró una enorme variedad de resultados: algunas páginas aparecían blandas o deslavadas, sin sombras o con unas muy tenues que casi no dejaban reconocer los pliegues del papel; otras, por el contrario, evidenciaban la intensidad de la fuente de luz en el duro contraste entre las zonas iluminadas y aquellas que permanecían en penumbra, en cuya densidad se perdían las palabras impresas. Ocasionalmente, en algunas páginas más arrugadas, la luz pegaba por debajo del papel tornándolo semi-transparente, superponiendo las palabras del tiro y el retiro de la página.
Al revisar las fotografías me vi tentada a usarlas todas: cada una mostraba una posibilidad distinta de la imagen, cada página era transformada en un objeto completamente nuevo. Decidí entonces intentar dar cuenta de esa multiplicidad de versiones, recurriendo a un sistema de construcción de imagen que había utilizado anteriormente en Rodrigos y yo[17]. Así, construí collages a partir de las fotografías impresas, dividiéndolas reticularmente y cortándolas en 25 segmentos del mismo tamaño. Al seleccionar trozos de diferentes tomas reconstruí la imagen de la página arrugada, cuidando de mantener la continuidad de los contornos de la página del libro, más allá de la discontinuidad de la luz.
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Han pasado ya varios meses desde que concluí esa cuarta serie de Ejercicios de Estilo, y este nuevo ejercicio –el de escritura– me permite hoy repensar el trabajo realizado; la distancia siempre ayuda a comprender ciertos asuntos que la proximidad –irónicamente– oculta.
Entonces, puedo ver con mediana claridad el proceso de trabajo que me llevó, en primer lugar, a replicar lo realizado en Still life / Style leaf en la primera serie de los Ejercicios, insistiendo en la idea de entregarle al espectador una cantidad mínima de información acerca del origen de la imagen, en el convencimiento de que el ojo siempre sabe más y podría descubrir la fotografía oculta en el fieltro negro. El paso siguiente fue natural, ya que solo se trató de un cambio de material, con el consiguiente acomodo de escala. Pero esos cambios, aparentemente sencillos, modifican la manera en que nos relacionamos con la imagen-objeto, de modo que la densidad y pesadez del paño negro dio paso a la fragilidad del papel blanco; y el total contraste entre el paño negro y el muro blanco, a la liviandad del papel y su tenue sombra.
La tercera serie resultó ser un poco distinta, en la medida que suma diminutas sutilezas, de esas que solo alguien atento podría notar; pero son precisamente las insignificantes variaciones tonales de los hilos las que se transformaron en un desafío, no solo para el espectador, sino también para mi propio ojo al momento de bordar.
Pese a esas diferencias, me doy cuenta que estas tres series tienen algo en común: en esas obras la página desaparece, dejando visibles solo las letras y palabras –ausentes o no–. Sin embargo, la serie de collages de fotografías presenta un problema distinto, que probablemente solo me fue posible enfrentar gracias a la distancia temporal que separó su realización de la ejecución de las tres series anteriores. Pero no me refiero solo a la evidente presencia del libro que aparece de manera concreta en las fotografías de las páginas arrugadas; me refiero más bien a que en esta serie me permito no solo sumar un procedimiento técnico distinto a los anteriores, sino un modo de abordar la pregunta por la naturaleza de la imagen fotográfica que difiere de la traducción material.
Entonces remiré el trabajo de Queneau, pero esta vez desde una perspectiva metodológica, revisando los sistemas de producción que yo había utilizado en obras anteriores. Porque en este caso el problema se centra en la presentación simultánea de varias fotografías, en un intento por comprimir en una sola imagen el tiempo detenido en cada una de las tomas fotográficas. Así, el trabajo de Queneau se transformó para mí en un ejercicio mucho más profundo que la sola utilización de su libro como excusa para realizar mis propios ejercicios.
Lo intrascendente de la historia re-contada una y otra vez por Queneau se traslada, en mi trabajo, a la absurda insistencia de observar detenidamente no solo una página arrugada, sino cada página arrugada. Porque al dividir mi proyecto en pequeñas series al interior de sus Ejercicios de Estilo, mi propósito era distanciarme del contenido literal de cada historia evitando así una relación individual; nunca pretendí ilustrar cada versión de Queneau, sino insistir en el hecho de que cada variación material y técnica posibilita una nueva lectura, en la certeza de que la forma siempre es contenido.
Ejercicios de Estilo no ha concluido –de los noventa y nueve Ejercicios de Queneau, solo he hecho veintisiete–; tal vez se transforme en uno de aquellos proyectos a los que se vuelve de tanto en tanto y solo está a la espera de que la distancia vuelva a sorprenderme con alguna nueva pequeña certeza.
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[1] Acrónimo de “Ouvroir de littérature potentielle” (Taller de literatura potencial), grupo compuesto principalmente por escritores y matemáticos fundado, entre otros, por François Le Lyonnais y Raymond Queneau en París en 1960.
[2] Durante los últimos dos años he intentado leerlo en francés con la ayuda de un diccionario y confieso que solo he podido hacerlo con aquellas versiones más simples, donde el ejercicio retórico no ha llegado al extremo de la fragmentación de las palabras; lo he leído en inglés, a propósito de la primera exhibición de mis ejercicios, que se llevó a cabo entre febrero y abril del 2015 en el Frost Art Museum, en Miami, FL, ya que se hizo necesario conocer la traducción al idioma local; y nuevamente en español, una y otra vez, para intentar comprender mejor los ejercicios que me han tenido ocupada todo este tiempo.
[3] “La literatura incómoda no solo rechaza la invisibilidad del soporte expresivo, sino que se caracteriza por el exhibicionismo de sus esquemas y propósitos.” Fernández Ferrer, Antonio. Introducción en Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau. Madrid: Cátedra, 2008, p.33.
[4] Su interés no era abolir el francés literario, sino burlarse de él en la certeza de que el desarrollo del lenguaje ocurre en la transición del idioma oral al escrito; su deseo era preservar la pureza del lenguaje en un idioma aparte, como puede ser el caso del latín.
[5] Del inglés: “Another extremely false idea currently bandied around is that inspiration, exploration of the subconscious and freedom are equivalent. But this kind of inspiration, which consists in blindly following each and every impulse, is in reality a form of servitude. The classical author who writes a tragedy following certain number of rules with which he’s familiar is more free than the poet who writes down whatever comes into his head and is the slave of other rules he is unaware.” Queneau, Raymond (1938) citado en The Philosophy of Raymond Queneau por Italo Calvino en Exercises in Style. Londres: Alma Classics, 2013, p.131. Traducción propia.
[6] El libro que utilicé para realizar mis Ejercicios de Estilo es anterior a la revisión que hizo Queneau en 1963, donde decidió incorporar nuevos ejercicios como estos y eliminar otros, para mantener constante la cantidad de noventa y nueve variaciones, de modo que Lipograma o Translación no están presentes en mi proyecto, aun cuando sí los he leído en la versión en español.
[7] Exercises in Style, traducción de Barbara Wright. Londres: Alma Classics, 2013.
[8] Del inglés: “The first example of this is ′Notation′ itself, which is a demonstration of sermo manifestus, in other words of plain and explicit language. ′Double entry′ is an exercise on synonyms and paraphrase –while ′Retrograde′ exemplifies hysteron proteron, ′Surprises′ is a survey of exclamations and both ′Hesitation′ and Awkward use the figure of dubitatio (…).” Eco, Umberto en Exercises in Style, Raymond Queneau. Londres: Alma Classics, 2013, p.VIII. Traducción propia.
[9] Del inglés: “His book becomes an exercise in rhetoric itself, indeed a kind of demonstration that rhetoric is to be found everywhere.” Ibíd, p.X. Traducción propia.
[10] “La literatura ha estado presente en mi trabajo desde siempre, aún cuando solo se ha vuelto visible de manera concreta en obras más recientes. Y aunque nunca se lee todo lo que se quisiera, puedo decir que a lo largo de los años he recaído insistentemente en algunas lecturas predilectas. Así, entre otros, han pasado por mi trabajo Lumpérica de Diamela Eltit, El gran cuaderno de Agota Kristof, numerosas lecturas de Georges Perec (…) todas ellas contribuyendo no solo desde el contenido de sus palabras, sino también desde su tono, forma, desde su estructura metodológica.” Bengoa, Mónica. TENTATIVA DE AGOTAR UNA IMAGEN. Entre la imposibilidad de incluirlo TODO y el inevitable olvido de algo, Tesis para optar al grado de Magíster en Artes con mención en Artes Visuales, Universidad de Chile, 2014, p.59.
[11] He querido reproducir el diseño original de ese libro en el Tomo I de esta publicación.
[12] Para aquel proyecto tomé algunas páginas del texto homónimo de Georges Perec contenido en el libro Lo Infraordinario; las arrugué para luego fotografiarlas, calando a mano esas imágenes en paños de fieltro negro.
[13] Las páginas de fieltro miden 184 x 125 cm c/u, mientras que las de papel solo miden 64,8 x 52,6 cm.
[14] El texto de Perec reflexiona en torno al orden y el desorden; en consecuencia, las tarjetas no fueron elegidas al azar, sino tomando en cuenta los títulos de los libros a los cuales pertenecían. Organizadas en un conjunto de cinco por siete tarjetas, intenté relacionar sus títulos, tanto en el sentido horizontal como vertical, de tal forma que se sumaran otros sentidos a ese ejercicio de lectura.
[15] Es curioso recordar en este momento que esta imagen de un libro abierto en escorzo es anterior –e incluso podría considerarse su antecedente– a los murales de libros de fieltro calado exhibidos en el Museo de Artes Visuales, en Santiago, el año 2012, a propósito de mi proyecto Fondart Bicentenario para el Fomento a la Creación de Excelencia, 2009.
[16] Galería Isabel Aninat, Santiago de Chile, mayo a julio del 2015.
[17] El año 2007, a propósito de la muestra Daniel López Show, realicé tres imágenes (un autorretrato y los retratos de los artistas Rodrigo Lobos y Rodrigo Vergara), a partir de largas sesiones donde cada uno de nosotros se cambió repetidas veces de ropa. El resultado fueron collages fotográficos en los cuales era posible percibir la continuidad de los cuerpos, pese a que las prendas de vestir cambiaban de segmento en segmento.
Publicado en Exercices de Style / Ejercicios de Estilo, Santiago, Chile. Ediciones EUONIA, p. 9-29. 2016.