El método extremadamente riguroso y casi obsesivo de Mónica Bengoa podría situarla perfectamente en el campo del formalismo. Su trabajo se estructura a través de exhaustivas experimentaciones manuales con colores y materiales vinculados a la fotografía como ejercicio de observación. No obstante, lo que se nos presenta en sus obras, lo que percibe el espectador, procede de la remota e íntima esfera de lo cotidiano. La materia prima del trabajo de Bengoa, y de su reflexión formal, proviene de su estudio de la configuración de la transparencia de lo cotidiano, aquella familiaridad y cercanía que vuelve los objetos imperceptibles. Bengoa ha analizado durante mucho tiempo la serialidad en las actividades diarias, explorando en sus obras determinados rituales domésticos (la rutina de sus hijos al cepillarse los dientes, sus posiciones al dormir, entre otras acciones residuales ocurridas en ciertos espacios convencionalmente «privados» del ámbito familiar: el baño, la cocina y su propia cama). El interés de Bengoa gira en torno a los límites del uso y la observación en el espacio cotidiano, que la artista convierte en medios de producción para explorar concretamente dichas restricciones. En este sentido, el ejercicio de las actividades domésticas no representa para Bengoa un simple material artístico, sino que constituye medio y substancia para sus experimentaciones formales en la observación de lo invisible.
Los frágiles componentes de sus obras –flores secas, servilletas de papel, hilos y textiles– son elementos que se encuentran fácilmente en mercados relativamente industrializados de la cultura popular; las flores son aquellas utilizadas en los ornamentos funerarios, y las servilletas son del tipo más económico, que pueden encontrarse en cualquier quiosco de comida. Estos objetos se transforman con procesos que emulan las técnicas artesanales, donde cada medio implica diferentes maneras de concebir una imagen. Bengoa utiliza prácticas modulares y en serie para amplificar detalles insignificantes de lo cotidiano a una escala casi monumental –en sus trabajos murales, por ejemplo– o para resaltar –como en el caso de sus bordados– dichos detalles, creando reproducciones a escala natural. Su trabajo con pigmentos y teñido sigue, en cierta medida, el mismo razonamiento metodológico, explorando los límites y restricciones del color.
La obra actual de Mónica Bengoa contempla, una vez más, el uso de la intimidad como material de trabajo. Su proyecto para la vitrina de Espacio cultural Louis Vuitton apuesta por una transparencia ficticia: se observa la parte posterior inventada de una vitrina interior en forma de relieve a gran escala, con fieltro de lana teñido en diferentes matices de rojo. Las características de un clásico trompe-l’œil se obtienen mediante la resistencia que impone el fieltro y la paleta de colores. Bengoa se desafía a sí misma nuevamente “para poder observar todo lo que está ahí y no sólo lo que sé que está ahí”, creando sistemas industrializados a pequeña escala de procesos artesanales a fin de enriquecer e intensificar la observación de una imagen fotográfica –en este caso la vitrina de carteras Louis Vuitton. Para la exposición actual Bengoa ha creado un método de observación a larga distancia, donde el modelo de las imágenes del espacio le permite, mediante la opacidad del fieltro de lana en diferentes matices de rojo, apreciar en extremo detalle el reverso de las cosas.
María Berríos