Mi primer encuentro con la obra de Mónica Bengoa fue el 2002 mientras ella era artista en residencia en Art Omi (Ghent, Nueva York) y yo crítico en residencia. A primera vista, al entrar a su estudio, parecía estar vacío – hasta que se volvió aparente que los enchufes, luces, interruptores, etc., habían sido reemplazados por bordados y dibujos. Cuando pregunté porqué había simulado esos objetos ella explicó que su estudio “normal” era el ambiente de su casa y que se sentía llevada a simular la escena hogareña como una forma de habitar el espacio en Art Omi.
Para Bengoa su trabajo y experiencia de vida cotidiana doméstica son inseparables. Ha transformado las rutinas del vivir en arte registrándolos sistemáticamente a través de la fotografía y el dibujo. Este proceso se vuelve una forma de resistencia – al hacer los detalles mundanos de las tareas diarias significantes, de hecho se vuelven agudamente poéticos. La contradicción en su obra es que la documentación repetitiva de actos domésticos repetitivos – niños durmiendo, comiendo, lavándose, etc., de hecho acentúa la fragilidad de la existencia. Para citar: ”Las pequeñas diferencias entre una fotografía y la otra, entre una noche y otra, marcan un territorio en el tiempo, en el cual mi vigilancia maternal y obsesiva, fue testigo de matices apenas perceptibles: el cambio de una sábana, un pijama, un corte de pelo. Mas tarde vinieron otras situaciones familiares, esas que forman al hogar…”
Una característica del trabajo de Mónica Bengoa es formar un todo con fragmentos delicados. Por ejemplo, ella construyó una imagen mural de un cuenco de baño en el baño familiar con 9.160 flores secas. Imágenes murales de niños durmiendo o llevando a cabo abluciones personales son compuestas por cientos de pequeñas fotografías de calidad de instantánea – cada una, dice ella “con la capacidad de retener en su volatilidad la presencia de esas situaciones diarias.” Es esta acción de desplazamiento de los momentos de la existencia hacia otra forma que marca el punto de su desaparición – o de su desvanecerse en el tiempo, o de ser ceremoniosamente reporteado como testimonio de la vida que esta pasando constantemente.
Este concepto del arte como proceso empezó temprano en la formación artística de Bengoa, en forma de fotografía documental con ella misma como sujeto, como también con grandes dibujos murales basados en gráficos de carta sinóptica sacados de un viejo atlas. Ella se interesaba en como cosas tales como territorios, fronteras políticas o étnicas podían ser reemplazadas por las divisiones cromáticas de un muestrario de colores. El sentido del color derivado de esos muestrarios fue mas tarde traducido a su opción por los verdes y cafés opacos contenidos en las pequeñas fotografías instantáneas baratamente impresas en casa, que componen sus trabajos a gran escala.
“Sobrevigilancia” (4.45 x 11.78 metros) 2001, el mural de un cuenco de baño hecho de flores secas marcó una importante transición en su obra, en la cual empezó a traspasar fotografías hacia materiales que componían su domicilio, como flores, servilletas, bordados y tales. Esto era acompañado por una traducción de la imagen fotográfica hacia el dibujo y la pintura.
Mónica Bengoa reconoce una amplia influencia – de Donald Judd a Cindy Sherman, Gerhard Richter, Anne Hamilton y otros. En particular las “Series de Películas sin Títulos” de Sherman y la detallada documentación gráfica del cuerpo de Anette Messager. También le interesan el uso de la referencia fotografía y su traducción a la pintura de Richter. El uso de procesos repetitivos en la obra de Hamilton también ha sido importante para su desarrollo del entendimiento de la poderosa resonancia de las pequeñas acciones. Los escritos de Agota Kristof también han formado hasta cierto punto su idea de la resistencia personal – de trascender lo mundanal y los sufrimientos de la vida diaria para que así el espíritu pueda perdurar y ser fortalecido por la experiencia.
La contradicción de escala es un elemento esencial para el trabajo de Bengoa. Los componentes individuales tienen una calidad efímera que expresa una fragilidad conmovedora – aun recopiladas forman una imagen monumental que puede dominar un espacio. Pueden ser leídos íntimamente tanto a corta distancia o de una distancia. En un sentido los fragmentos de su trabajo contienen el todo, un tipo de caballo de Troya que subrepticiamente insinúa un paquete mucho mas grande. No solo está la escala de las dimensiones sino también la del tiempo. Una cascada de pequeñas fotografías de sus hijos montada en filas sobre una pared se leen como fotogramas de una película – una continuidad fragmentada que forma un calendario de pequeños momentos de la vida familiar – al parecer insignificantes en parte pero de gran consecuencia como un todo.
“10:04, Domingo” son dos trabajos fotográficos impresos cada uno en 400 piezas (10×30 cm cada una) de papel acuarela. Los dos trabajos (cada uno con una medida total de 2×3 metros), que forman una imagen de ella dormida en su dormitorio, están instalados contiguamente. Al principio el espectador es absorbido por el detalle y textura de los fragmentos acuarela – en sus campos monocromáticos – para después alejarse mas para percibir el estar en esa pieza en la silenciosa presencia de la mujer durmiente. Este retrato de un descanso, fragmentado en una serie de secuencias da cuerpo al pasado, presente y futuro como un retorno repetitivo como el ritmo de la respiración de alguien durmiendo.
El trabajo de Mónica Bengoa no es meramente un proceso de documentación, sino de proteger su domicilio – de hacerlo resistente a través de su metamorfosis hacia lo monumental. Esta no es una fortificación directa – es tanto frágil como segura – expresando simultáneamente vulnerabilidad y fortaleza. Crea un retrato tangible de la vida al mismo tiempo de reconocer su transición – la presencia del momento registrado confesando su inevitable desaparición.
Yu Yeon Kim